lunes, febrero 23

Miércoles de Ceniza





25 de febrero, Miércoles de Ceniza

EN TODO EL MUNDO


El comienzo de la Cuaresma

El 25 de febrero iniciamos a nosotros mismos, cuando lo que tendríamos que hacer es no buscarnos a nosotros ni buscar lo que los hombres digan, sino entrar en nuestro interior: “Y allá tu Padre que ve en lo secreto te recompensará.”

Es Dios en nuestro corazón quien nos va a recompensar; no son los hombres, ni sus juicios, ni sus opiniones, ni lo que puedan o dejen de pensar respecto a nosotros; es Nuestro Padre que ve en lo secreto quien nos va a recompensar. Que difícil es esto para nosotros que vivimos en una sociedad en la cual la apariencia es lo que cuenta y la fama lo que vale.

Cristo, al momento en que nos imponen la ceniza en la cabeza, nos dice: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres, de lo contrario no tendrán recompensa con su Padre Celestial”. ¿Qué recompensa busco yo en la vida?

¿A quién estoy buscando?
La Cuaresma es una pregunta que entra en nuestro corazón para cuestionarnos precisamente esto: ¿estoy buscando a Dios, buscando la gloria humana, la comprensión de los demás? ¿A quién estoy buscando? Una pregunta que tenemos que atrevernos a hacer en los días de preparación para la Pascua; la ceniza cae sobre nuestras cabezas, pero ¿cae sobre nuestro corazón?

Esta cuestión se convierte en un impulso, en un dinamismo, en un empuje para que nuestra vida se atreva a encontrarse a sí misma formalmente la Cuaresma con la imposición de la ceniza, un símbolo que es muy conocido por todos. La ceniza no es un símbolo de muerte que indica que ya no hay vida ni posibilidad de que la haya. La vamos a recibir sobre nuestras cabezas no con un sentido negativo u oscuro de la vida, pues el cristiano debe ver la existencia positivamente. La ceniza se convierte en un motivo de esperanza y superación. La Cuaresma es un camino, y la ceniza sobre nuestra cabeza es el inicio de ese camino, el momento en el cual cada uno de nosotros empieza a entrar en su corazón y comienza a caminar hacia la Pascua, el encuentro pleno con Cristo.

La recompensa viene del Padre
Jesucristo nos habla en el Evangelio de algunas actitudes que podemos tener ante la vida y ante las cosas que hacemos, de cómo, cuando oramos, hacemos limosna, hacemos el bien o ayudamos a los demás; podríamos estar buscándonos y empiece a dar valor a lo que vale, dar peso a lo que tiene. La Cuaresma es un camino que todo hombre y toda mujer tenemos que recorrer, no es posible eludirlo.

Este es el tiempo, el momento de la salvación, nos decía San Pablo. Hoy empieza un periodo que termina en la Pascua: la Cuaresma, el día de salvación, el día en el cual vamos a buscar dentro de nuestro corazón y a preguntarnos: ¿a quién estamos buscando?

Disposición al encuentro con el Señor
La ceniza en la cabeza no es un rito mágico, una costumbre o una tradición. ¿De qué nos serviría manchar nuestra frente de negro si nuestro corazón no se preguntara realmente que a quien estamos buscando es a Dios? Si busco a Dios, esta Cuaresma es el momento para caminar, para lanzarse en su búsqueda, para encontrarlo y purificar nuestro corazón.

El camino cuaresmal va a ser purificar el corazón, quitar de él todo lo que nos aparta de Dios, todo aquello que nos hace más incomprensivos con los demás, todos nuestros miedos y todas las raíces que nos impiden apegarnos al Señor y que nos hacen apegarnos a nosotros mismos. ¿Estamos dispuestos a purificar y cuestionar nuestro corazón? ¿Estamos dispuestos a encontrarnos con Nuestro Padre en nuestro interior?

Caminar hacia Dios
Este es el significado del rito de la imposición de ceniza: purificar el corazón, dar valor a lo que vale y entrar dentro de nosotros mismos. Si así lo hacemos, entonces la Cuaresma se convertirá verdaderamente en un camino hacia Dios.
Ese ha de ser el dinamismo que nos haga caminar durante la Cuaresma: hacer de las mortificaciones propias de este tiempo, como el ayuno, las vigilias y demás sacrificios, un recuerdo de lo que debe tener la persona humana, pues no se trata de un hambre física, sino de hambre de Dios en nuestros corazones, la sed de la vida del Señor Dios que debe reinar en nuestra alma.

Que así sea el fin de nuestro camino: tener hambre de Dios, buscarlo en lo profundo de nosotros mismos con gran sencillez y que, al mismo tiempo, esa búsqueda y esa interiorización se transformen en una purificación de nuestra vida, de nuestro criterio y de nuestros comportamientos, así como en un sano cuestionamiento de nuestra existencia. Permitamos que la Cuaresma entre en nuestra vida, que la ceniza llegue a nuestro corazón y que la penitencia nos haga ser almas auténticamente dispuestas a encontrarse con el Señor.

Autor: Cipriano Sánchez

fuente: http://www.lasenda.info

No hay comentarios: